miércoles, 6 de febrero de 2019

DÉCADAS DE ABUSOS

Tomado de elperiodico.com

Aquellos que demostraran más conocimientos durante la catequesis tendrían el honor de ser monaguillos de la parroquia de Constantí (Tarragona). Joan Maria Ramon fue el primero de la generación que comulgó en 1968. En misas, bautizos o bodas recogía la propina y con ese dinero, el sacerdote Pere Llagostera organizaba excursiones de una semana para los monaguillos por el Pirineo de Lleida.

Lo que sucedió en esos refugios marcó la vida de los niños. Aunque muchos pidieron ayuda, nadie supo escucharles. El pueblo de Constantí, cabizbajo ante la Iglesia y temeroso del "qué dirán", no estaba preparado para reconocer que el mosén abusaba de sus hijos. Ramon, 50 años después, en una entrevista ha decidido, tras ver el documental 'Examen de Conciencia', de Albert Solé (Netflix), que había llegado la hora de contarlo.

Llagostera fue rector de Constantí entre 1972 y 1999. Falleció en 2017. Estuvo más de 30 años en contacto con menores. A Ramon le constan, por lo menos, abusos cometidos por el sacerdote "a una decena de menores" desde finales de los sesenta hasta finales de los ochenta. Que todo lo que cuenta este hombre de 59 años es verdad lo confirma otra víctima y diversos vecinos consultados por este diario.

La primera noche de la escapada los monaguillos a cargo del cura Llagostera, y de dos seminaristas, pernoctaron en Barruera (Lleida). A Ramon, de madrugada, le despertó un amigo: "El mosén me acaba de tocar el pito". La frase para Ramon sonó demasiado extraña y siguió durmiendo. Al rato, fue Ramon quien se despertó desnudo de cintura para abajo, con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, y vio la figura de Llagostera agazapada sobre él, con la mano en sus genitales, masturbándole. Al saberse descubierto, el párroco reaccionó recogiendo la manta y regañándole: "Tapaos bien, que siempre os destapáis".

Para los críos -tenían entre 10 y 12 años- resultó casi imposible pegar ojo aquella noche. "Al día siguiente buscamos ayuda en uno de los seminaristas, a quien le explicamos lo ocurrido". Pero este fingió que no les creía. "Es imposible, seguro que lo habéis soñado o ha sido otro chico y os habéis confundido", respondió. Durante esa primera noche, según Ramon, cinco de ellos habían sufrido abusos sexuales.

Antes de acostarse, uno de los monaguillos, nieto del alcalde, prometió al resto de la cuadrilla que el asunto llegaría a oídos del edil en cuanto regresaran. Mientras lo juraba sacó un machete de la mochila: "Si vuelve esta noche le espera esto", añadió. No consta que el alcalde llegara a saberlo jamás. O, mejor dicho, lo que no consta es que actuara en modo alguno si llegó a saberlo. El machete tampoco sirvió de nada.

La segunda noche transcurrió en otro refugio, el de Portarró d’Espot en Aigüestortes, y quienes durmieron más cerca de Llagostera fueron dos hermanos. Por la mañana, el más pequeño contó que se había despertado mientras el sacerdote le hacía una felación. "Dijo que le había chupado el pito". Ramon, que regresaría los dos años siguientes a la semana de colonias de Llagostera, pasaría por lo mismo en el futuro. "En una ocasión, un amigo y yo tratamos de huir del refugio. Pero nos engancharon y se acabó nuestra huida".

Ramon, al regresar a Constantí, quiso dejar de ir a misa. Cuando le pidieron explicaciones, contó lo sucedido durante las excursiones a la montaña. Su padre cogió el teléfono y llamó a casa de otro monaguillo. "Tras colgar, vino y me explicó que mi amigo había contado lo mismo que yo sobre el mosén y que su padre había zanjado el tema dándole un par de hostias. Me dijo también que él no iba a pegarme pero que tenía que entender que de estas cosas no se hablaba".
"Los chicos sufrieron los abusos sexuales del sacerdote, pero lo que agravó sus secuelas fue que nadie les escuchara, que no los acompañaran. Como sucede en muchos pueblos, estuvieron más preocupados en quedar bien con los de fuera que con los de dentro de casa".

Cuando Ramon se casó, acabó viviendo en el mismo bloque que Llagostera. "Por las tardes, a la salida del colegio, a menudo se traía niños a su casa para darles clases de refuerzo. En esa época, yo tenía una autoescuela y uno de los pequeños a quienes veía entrar en el domicilio del rector era hijo de una mujer colombiana que se sacaba el carnet de conducir conmigo. Le expliqué qué me había hecho Llagostera a mí cuando era un crío. Un mes y medio más tarde, la mujer me llamó y me reconció que a su hijo el rector también le había agredido".

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