"Los ritos religiosos se confundieron con actos fascistas, desfiles militares, juras de bandera y cruces en recuerdo de los caídos. La omnipresencia de las cruces transformó los espacios públicos y privados, vinculando la pasión y muerte de Cristo con el sufrimiento y entrega de los caídos por la salvación nacional".
La anterior es una de las reflexiones, que rezuma alguna ironía —"salvación nacional"— recogidas en el trabajo El cielo está con nosotros, del historiador César Rina, que recibió el premio Arturo Barea, y que acaba de reeditar la editorial Marcial Pons. La investigación documenta el proceso de fagocitación —que él denomina fascistización— de la Semana Santa y otros festejos por las autoridades, que buscaban, según afirma en una conversación telefónica con Público, "convencer a la gente de su legitimidad utilizando los elementos de la religiosidad popular".
La escenificación pública de la Semana Santa sufrió un proceso paulatino de militarización —desfiles, banderas e himnos— y de fascistización —simbólica retórica—, favorecido por una nueva legislación más restrictiva de la diócesis con la estancia en la calle de las hermandades", añade. Así, en este contexto, "las manifestaciones de la religiosidad popular perdieron buena parte de su espontaneidad ante los avatares de la guerra y la apropiación simbólica por parte de las autoridades del nuevo Estado".
Todo esto, lejos de ser una cuestión antigua y propia de la historia, está aún viva. Ha dejado su huella, en un país trufado de romerías y celebraciones con referentes del imaginario católico. "Evidentemente —responde Rina a la huella, a lo que ha quedado de ese proceso— han quedado muchos símbolos. Por ejemplo, la militarización de las procesiones sigue siendo muy fuerte. La participación de sectores armados en las procesiones tienen toda la relación con la dictadura franquista". Esto es, explica el profesor, "como la dictadura va a a legitimarse en el espacio público participando de sus fiestas, va a meter a los líderes de la sublevación, a los militares y a los líderes del falange y los va a meter en las procesiones. Eso se ha heredado hoy en día".
Por ejemplo, la Semana Santa de Málaga es hoy en día quizás en la que mayor presencia militar hay. Ha quedado esto y ha quedado buena parte de la de la simbología. Se vio con ciertos debates sobre la negativa a retirar los los restos de Queipo de Llano de la Macarena".
Entonces, "está muy bien que digan que el Estado es aconfesional, pero si la población ve que sus autoridades, sus líderes están con la patrona de su pueblo, con la patrona de su ciudad, que la visten con la bandera de España, que le ponen el fajín de general, de alguna manera están viendo esa simbiosis, o sea, no es solo un discurso en el BOE, sino que están viendo simbólicamente esa comunión de poderes".
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