domingo, 8 de julio de 2018

LA BOLSA DE PLÁSTICO

Tomado de Jorge Dioni en lamarea.com
¿Cuándo se jodió todo? Propongo una fecha: cuando aceptamos que nos cobrasen por las bolsas de plástico. Para ser más precisos: cuando aceptamos que nos cobrasen por las bolsas de plástico poniéndonos delante la foto de una foca moribunda. Para ser aún más precisos: cuando aceptamos que nos cobrasen por las bolsas de plástico poniéndonos delante la foto de una foca a la que habíamos matado nosotros.

Sí, el consumidor es culpable por querer una maldita bolsa de plástico para llevar a su casa de Los Remedios naranjas producidas en Chile o Sudáfrica y envasadas en Xàtiva después de entrar en la Unión Europea a través de un puerto holandés o griego. El consumo de combustibles fósiles, de elementos químicos o de materiales plásticos de ese recorrido es insignificante comparado con el poder destructivo de esa bolsa de plástico que reclama inconscientemente en el Híper Usera y cuyo destino también deja de importar cuando vuelve al sector empresarial a través de la gestión de residuos.

Los supermercados habían intentado cobrar por las bolsas a finales de los 80. Vivía en Valladolid y tengo la publicidad en la cabeza: “Ahorra con los precios; no, con las bolsas”. Su estrategia fracasó, claro, porque el mensaje se dirigía al cerebro y hablaba de cosas racionales, como precios, porcentajes o dinero ahorrado. Había que emocionar. Ahí entran las fotos de las tortugas asfixiadas y los pingüinos moribundos. Eso no falló.

Las grandes cadenas de distribución, que son más responsables que los ciudadanos, comenzaron a cobrar por las bolsas de plástico (cobrar por lo que era gratis, ¿les suena?) u ofrecernos otras más resistentes (cobrar más por mejor servicio, ¿les suena?) mientras no solo no establecían el mismo control en el empaquetado de los productos ofertados, sino que comenzaron a utilizar el plástico masivamente para adaptar el envasado a las nuevas formas de consumo: bandeja para cinco gajos de mandarina. De todo el plástico que hay en el supermercado, parece que el único problemático es el de la bolsa. Esas bandejas con medio aguacate o 50 gramos de pavo no matan pingüinos. Este año, como sucedía en la época moderna, la UE ha convertido en ley la costumbre del sector.

Este texto no niega la obvia necesidad de limitar los plásticos, sino el mecanismo psicológico que hace que una ciudadana en el barrio zaragozano de Delicias sea culpable de la muerte de focas casi al mismo nivel que Unilever; mejor dicho, mucho más. Y que, por eso, deba pagar por un elemento útil en su vida cotidiana. Ataquemos el uso de plástico. Prohibamos su uso. Comencemos con Unilever o por Mercadona o con las empresas de gestión de residuos que enviaban nuestra basura llena de plásticos a China. Se puede proponer un control sobre la trazabilidad de todos los productos que se venden, su empaquetado, etc., desde la base de que los recursos naturales son colectivos o remunicipalizar todas las empresas de gestión de residuos para asegurarse de dónde acaban los plásticos. También, se puede realizar un control público sobre los territorios costeros para evitar la presencia de plásticos en las playas.

Es algo tan revolucionario que aparece en la Constitución del 78: “Los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y restaurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva”. Pero eso es política, un modelo socioeconómico basado en un modelo ideológico, y estábamos hablando de otra cosa, hablábamos de puritanismo.

El puritanismo es cambiar el pensamiento político por otro religioso que asume que existe una autoridad suprema e inaccesible sobre los asuntos humanos. Esto quiere decir que, además de llevar una vida humilde y obediente, hay que confiar en la misericordia de esa autoridad para lograr la salvación. Todos los creyentes están llamados al sacerdocio diario y a hacer una iglesia de su hogar: en definitiva, sentirse culpables y buscar la salvación personal. ¿Te has vuelto a olvidar la bolsa?, ¿qué clase de persona eres? Se explica en La cinta blanca.

Al ser un pensamiento religioso no existe la acción colectiva. No se conjuga el verbo luchar u organizarse, sino actuar o incluso merecer. También, se asume la preeminencia del ente superior y la relación vertical. El creyente no puede cuestionar a Dios, ni siquiera dudar. Solo, rogar su gracia. No existe la posibilidad de cuestionar cómo se producen o se distribuyen esas naranjas porque solo cabe dar las gracias por los alimentos que vamos a tomar. La producción no existe. Se pide en una pantalla y, a los dos días, aparece un paquete. Hay que dar fe mediante el sacerdocio diario: reciclar (para reducir la inversión de las empresas del sector) o consumir con responsabilidad (para pagar un IVA Bio).

Una vez que se logra, a través del pensamiento y el espectáculo, separar al individuo de la política, todo es sencillo. Tú eres decisivo, tú puedes hacerlo, pero no organizándote o votando para cambiar el contexto global, sino desde tu comportamiento cotidiano. Muchas veces, es complicado distinguir las propuestas de cambio social del departamento de responsabilidad social corporativa de una gran empresa.

El modelo individualista asume que es imposible controlar a Unilever o intervenir en el sector turístico porque forman parte de esa autoridad suprema e inaccesible. En cambio, propone centrase en el comportamiento personal porque el puritanismo suele ser elitista; es decir, es una mirada desde abajo o desde fuera, una mirada salvadora, purificadora, catequizadora. ¿Te has vuelto a olvidar la bolsa? Cinco céntimos no es nada. O quince o cincuenta o un euro. Bien, pensar que cincuenta céntimos en Usera o Delicias no son nada revela una mirada desde fuera.

Esa es la base de la legislación sobre el uso del vehículo en las grandes ciudades Primero, hemos aceptado llevar unas pegatinas en el coche que nos señalan como impíos productores de gases. Segundo, aceptaremos una legislación elitista que privatice el centro de la ciudad, ya en manos de los fondos de inversión y las grandes cadenas de distribución. De nuevo, la ciudad se amuralla. Pronto, se climatizará y bunkerizará. Su modelo es el centro comercial.

La futura ordenanza sobre el tráfico de Madrid dispone que “podrán circular y aparcar los coches que dispongan de ECO y Cero emisiones”. En cambio, “los coches con etiquetas C y B (de gasolina matriculadas a partir de enero del año 2000 y de diésel a partir de enero de 2006) podrán acceder al centro solo si se dirigen a un aparcamiento privado en la zona”. El resumen es “coches de pobres, no”.

Ojo, una parada. Esta aseveración no es exacta si se mira la distribución de vehículos por distrito, pero estamos hablando de un mecanismo psicológico, algo que queda claro con la exención de los VTC (Uber, Cabify, etc.), situados dentro del espectro de transporte público. Ya hemos visto que esta propuesta asume que las empresas son imposibles de controlar.

La nueva ordenanza del tráfico de Madrid pertenece a ese modelo en el que la acción política queda reducida a responsabilidad social corporativa. ¿Por qué los VTC están exentos cuando son una empresa privada?, ¿por qué no hay una colectivización del transporte para reducir las emisiones?, ¿por qué no hay una prohibición similar con los aparatos de aire acondicionado?, ¿por qué no hay un programa de transporte público gratuito?, ¿por qué, en general, no hay un análisis del impacto material de este tipo de medidas?, ¿por qué se promociona la desigualdad? Como en el caso de la bolsa de plástico, si tienes dinero, todo es más fácil. Sálvese quien pueda.

La izquierda mayo del 68/mayo de 2011 tiene claro ese modelo activismo-autoayuda-responsabilidad social corporativa basado en el individualismo, el elitismo y el puritanismo. Por eso, tiene una mejor acogida en las clases favorecidas y sufre una falta de identificación con esas personas a las que se les obliga a pagar por una bolsa el dinero o se les impide entrar en la ciudad. Esa izquierda es la que, dentro del gobierno Sánchez, quiere subir los impuestos de los vehículos diésel para equipararlos con los de gasolina. ¿Nadie es capaz de hacer un análisis material de lo que esa medida costará a los transportistas autónomos?

Porque esas buenas intenciones acaban provocando daños y siempre hay un partido redentor, un proyecto que tampoco entra en el modelo económico; pero que, por lo menos, no culpabiliza. Su mensaje es que hay que divertirse y que se acabó eso del sacerdocio diario. Que se joda el pingüino. Eso es lo que dice Salvini con los brazos en jarra.

Estos partidos, ante la ausencia de una propuesta de reparto de los recursos materiales, promueven la igualdad a través del reparto de los recursos culturales: compartir el mensaje (antiecologismo o xenofobia) te da la sensación de pertenecer a otro grupo, ofrece distinción, reconocimiento. Llegados a este punto, da igual la opción de voto. Nadie plantea un modelo socioeconómico distinto, ni para asustar; solo, elegir entre el departamento responsabilidad social corporativa o la fiesta de la empresa.

Y así es cómo se jodió todo, sustituyendo lo material por lo espiritual, la política por el puritanismo elitista. Si somos capaces de asumir que debemos pagar por la bolsa de plástico sin preguntar por los otros 10.000 productos que hay en el supermercado, han ganado. Solo queda aplaudir.

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