La beatificación de Carlo Acuti muerto a los 15 años por una leucemia, ha revolucionado a toda una nueva generación de católicos. El ascenso al universo de los santos del conocido como influencer de Dios, por su intensa labor en las redes sociales para promover el Evangelio, conecta con un mundo reconocible para los feligreses más jóvenes y sintoniza con el intento del papa Francisco de modernizar la Iglesia. Es imposible determinar si es cierto el milagro que se le atribuye al nuevo beato, el de haber intercedido para que un niño brasileño se curara de una rara enfermedad con tocar un trozo de un pijama que había llevado Acutis. La Congregación para las Causas de los Santos certifica que el milagro ocurrió —y obrar un milagro es un paso imprescindible para ascender al olimpo católico—. Pero aunque el prodigio no pueda ser demostrado con hechos por tratarse de una cuestión de fe, hay datos que pueden arrojar un poco de luz a la beatificación.
El 78% de las personas santificadas o beatificadas por la Iglesia católica en 2.000 años de historia pertenece a clases altas. Así lo revela el artículo Roman Catholic Sainthood and Social Status: a Statistical and Analytical Study (La santidad romana católica y el estatus social: un estudio estadístico y analítico) publicado en 1955 por Katherine George y Charles H. George en The Journal of Religion —de la Universidad de Chicago— y que es probablemente el análisis más minucioso sobre el nivel económico de los santos. El estudio investiga los 2.494 santos y beatos, de unos 7.000 registrados en el Martirologio romano, sobre los que existe una biografía suficiente para determinar a qué estatus social pertenecían —la principal fuente de información de los investigadores fue el libro Vidas de santos, de Alban Butler, y la revisión publicada en 12 volúmenes que hizo de esta obra Herbert Thurston—. Y aunque los autores reconocen que la investigación plantea problemas metodológicos, como comparar clases sociales a lo largo de 20 siglos, los resultados sí sugieren qué personas, desde los ojos de la Iglesia, eran las idóneas para inspirar a otros cristianos.
La mayor parte de santos y beatos estudiados, en concreto un total de 1.950 (78%), pertenecían a una clase social acomodada —también Carlo Acutis, procedente de una familia de la alta burguesía turinesa—, 442 (17%) a la clase media y 122 (5%) a la clase baja. “La elección de los santos es un fiel reflejo de las relaciones de poder en la sociedad en cualquier periodo dado”, sostienen los autores del estudio, que explican así por qué el número de santos en la clase media empieza a aumentar a partir del siglo XIII, en la medida en que comienza el declive del poder de la nobleza. Aunque no es hasta los siglos XVIII y XIX cuando el porcentaje de santos de la clase media, con gran poder en las ciudades, supera al de la clase alta —y siempre al de clase baja—.
Los historiadores sostienen que desde el nacimiento del cristianismo ha habido un claro intento de penetrar en los niveles más altos de la sociedad. “El énfasis que los evangelios dan a José, como descendiente de David, y las escasas referencias a la humilde ocupación de carpintero del padre adoptivo de Cristo ejemplifican esta tendencia”, aseguran. Incluso en los primeros siglos del cristianismo, el que los historiadores consideran más puro en cuanto a motivaciones religiosas —antes de la que la Iglesia como institución ejerciera un liderazgo político y económico—, la mayor parte de los canonizados son también de los sectores más pudientes.
Si los caminos para alcanzar la santidad —además de hacer un milagro se debía seguir una vida santa— en los primeros siglos y durante la Edad Media eran “luchar contra el paganismo y la herejía mediante la fuerza de las armas”, construir iglesias y monasterios y guiar a los súbditos en el camino cristiano, es lógico, sostienen Katherine George y Charles H. George, que los ricos tuvieran más posibilidades de ser santos. O dicho de otra manera: “Se valoraba más la aceptación de la pobreza que la experiencia de la pobreza en sí misma”, en alusión a los ricos que donaron sus bienes para llevar una vida asceta. Por eso podían darse situaciones en las que una misma familia contara con varios santos. Como San Adalbaldo, cuya madre, esposa y cuatro hijos fueron santos también. O san Brychan, un santo galés con 13 hijos y otros siete descendientes también miembros del santoral.
¿Y qué ha ocurrido después de 1955? Algo más de 350 personas han sido santificadas o beatificadas. Aunque no existe un estudio tan minucioso como el realizado por Katherine George y Charles H. George, las presencias y las ausencias sugieren que las relaciones de la Iglesia con el poder han continuado vigentes. En el listado de santos figuran, por ejemplo, decenas de religiosas y sacerdotes españoles asesinados durante la Guerra Civil, entre 1936 y 1939, por grupos afines a la República, pero ninguno de los sacerdotes vascos que murieron a manos de miembros del bando golpista. En diciembre de 2019, el papa Francisco aprobó la beatificación de otros “27 mártires españoles” muertos en la contienda —el reconocimiento como mártir hace que no sea preciso obrar un milagro—. Entre sus nombres no está el de ninguno de los curas vascos fusilados por franquistas. También forman parte del catálogo de insignes modelos católicos el fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer; y cuatro papas (Pío X, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II).