En los últimos tiempos ha crecido la conciencia colectiva de que se está entablando un verdadero duelo entre los mecanismos naturales de la vida y los mecanismos artificiales de muerte desencadenados por nuestro sistema de vivir, producir, consumir y tratar los residuos. Las primeras víctimas de esta guerra total somos los propios seres humanos. Gran parte vive con insuficientes medios de vida, favelizados y superexplotados en su fuerza de trabajo. Lo que ahí se esconde de sufrimiento, frustración y humillación es indecible. Vivimos tiempos de nueva barbarie, denunciada por varios pensadores mundiales, como recientemente Tsvetan Todorov en su libro El miedo a los bárbaros (2008). Estas realidades que verdaderamente cuentan porque nos hacen humanos o crueles, no entran en los cálculos de los beneficios de ninguna empresa y no son consideradas en el PIB de los países, con excepción de Bután que estableció el Índice de Felicidad Interna de su pueblo. Las otras víctimas son todos los ecosistemas, la biodiversidad y el planeta Tierra como un todo.
Recientemente, el premio Nobel de economía Paul Krugmann revelaba que 400 familias norteamericanas detentan ellas solas una renta mayor que la del 46% de la población trabajadora estadounidense. Esta riqueza no cae del cielo. Se hace por medio de estrategias de acumulación que incluyen trampas, superespeculación financiera y puro y simple robo, fruto del trabajo de millones de personas.
Para el sistema vigente, y debemos decirlo con todas las letras, la acumulación ilimitada de ganancias es considerada como inteligencia, la rapiña de recursos públicos y naturales como destreza, el fraude como habilidad, la corrupción como sagacidad y la explotación desenfrenada como sabiduría gerencial. Es el triunfo de la muerte. ¿Será posible que en ese duelo lleve la mejor parte?
Lo que podemos decir con toda seguridad es que en esa guerra no tenemos ninguna posibilidad de ganar a la Tierra. Ella existió sin nosotros y puede continuar sin nosotros. Nosotros sí la necesitamos a ella. El sistema dentro del cual vivimos es de una espantosa irracionalidad, propia de seres realmente dementes.
Analistas de la huella ecológica global de la Tierra nos advierten de que, debido a la conjunción de las muchas crisis existentes, podremos conocer en un futuro no muy lejano tragedias ecológico-humanitarias de extrema gravedad.
2 comentarios:
Desde hace tiempo sostengo que un árbol es mucho más importante que un ser humano, opinión absolutamente contraria a toda teología y a la Iglesia católica, a la que, Leonardo Bolf no renuncia. Don Leonardo debería recordar y denunciar que este capitalismo tiene su raíz en los primeros párrafos de la Biblia. En el Génesis, capítulo 1, versículo 28, se dice textualmente: "Y los bendijo (Dios al hombre y a la mujer que acaba de crear) y les dijo: 'Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y SOMETEDLA; DOMINAD EN LOS PECES DEL MAR, EN LAS AVES DEL CIELO Y EN TODO ANIMAL QUE SERPEA SOBRE LA TIERRA.
Así es que, está muy bien su denuncia, pero bien podía empezar denunciando su religión, que está en la raíz de este pavoroso problema
Desde que los hunmanos dejamos de ser homínidos hemos desarrollado, como especie, una capacidad de supervivencia contraria a la del resto de las especies. Adaptarse al medio es lo que hacen todos los seres vivos para subsistir, evolucionan según las condiciones que marca el ecosistema. Los humanos adaptamos el medio a nuestras condiciones, garcias a la inteligencia y a la capacidad de proyectar. Si no ponemos pronto en los proyectos humanos a las generaciones venideras como seres a proteger, nos cargaremos el medio y desapareceremos como especie, junto con otras miles más.
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