Cuando los mismos que advierten los peligros de ruptura en España se sientan junto a los que niegan la violencia machista, desprecian a los homosexuales y censuran obras de teatro, recuerdo el camino que me llevaba de casa al colegio de los Padres Escolapios en Granada. Años 60. Yo tuve suerte en mi colegio, porque el acuerdo sobre la libertad democrática había calado incluso entre los sacerdotes y profesores de aquel tiempo, que me hablaban de Antonio Machado, Federico García Lorca y Blas de Otero. Recuerdo también otro tipo de sacerdotes y unas costumbres humillantes para las mujeres, sometidas a una manera de entender la feminidad que determinaba de forma asfixiante su papel en la vida.
Ahora el ruido de las crispaciones y los falsos peligros en la prensa manipulada oculta la información veraz sobre la realidad. Entonces no eran los ruidos, sino los himnos, y nadie leía noticias sobre el robo de niños pobres que hacían las monjas y las falsificaciones de partidas de nacimiento para que los matrimonios adinerados y estériles pudiesen tener herederos, o sobre el infierno de los homosexuales en las consultas psiquiátricas decididas a remediar su enfermedad con choques eléctricos. El cheque y los choques viven en todas las épocas, pero en las dictaduras tienen un impudor humillante y dañino.
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