viernes, 15 de marzo de 2019

TRECER JESUITA DENUNCIADO EN EL MISMO COLEGIO

Tomado de elperiodico.com

Los sacerdotes del colegio jesuita Sant Ignasi de Sarrià (Barcelona) denunciados por pederastia ya son tres. A la lista de Lluís Tó (fallecido) y Pere Sala se añade ahora el nombre de Antoni Roigé. Un exalumno nacido en 1970, Ignacio D. B., ha acudido este miércoles a los Mossos d'Esquadra para presentar una denuncia contra Roigé (y también contra Tó) y ha contactado para que el contenido de esta sea público.

"¿Por qué? No es por dinero ni para que me pidan perdón. No quiero nada de ellos. Lo hago para apoyar a los hermanos Jordi y Oriol de la Mata –las víctimas que destaparon los abusos sexuales ocultos en esta escuela a través del correo abusados.jesuitas@gmail.com–, para que la gente sepa que dicen la verdad. Llevo años indignándome con las noticias de pederastia que aparecen en la prensa, porque yo pasé por lo mismo. Y cuando vi que finalmente hablaban del Sant Ignasi y de uno de los profesores que abusaron de mí, me sentí obligado a actuar", aclara.

Ignacio entró en el colegio Sant Ignasi en el curso escolar 1979-80, desde cuarto hasta séptimo de EGB. "Era muy movido y me expulsaban de clase cada dos por tres", comienza a explicar. Las primeras veces que terminó en manos de Tó, en cuanto el profesor de turno pasaba el inventario de 'fechorías' de Ignacio, este cerraba la puerta y el sacerdote sacaba su regla para golpearle en las manos. Tenía 9 o 10 años. Un día, sin embargo, Tó cambió. Olvidó los métodos expeditivos y apostó por otros más conciliadores. En lugar de pegarle, esa vez le pidió que se sentara sobre su regazo. Durante unos 15 minutos lo abrazó situando una mano en el trasero del niño y la otra sobre sus genitales. "Me hablaba en voz baja, explicándome que entendía que fuera rebelde, fingiendo que se ponía de mi lado pero que su obligación era corregirme".

Y que sintió que no debía quejarse ni oponer resistencia. "Me quedé congelado, comprendí que si protestaba, volvería el castigo físico". Transcurridos 40 años, cree que esa era la trampa subliminal del sacerdote, primero atizar con la regla y, después, abusar de él de modo que comprendiera que la alternativa a los tocamientos sería "peor".

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