Óscar Celador. Público
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos acaba de cerrar el debate sobre la posibilidad de que las escuelas públicas italianas puedan exhibir crucifijos en sus aulas con una sentencia inesperada, tanto por su fundamentación jurídica como por las consecuencias sociales y políticas que el fallo judicial puede generar. A priori, el Alto Tribunal sólo podía adoptar dos decisiones, bien entender que la presencia de crucifijos en las aulas de las escuelas públicas lesiona el Convenio Europeo de Derechos Humanos, o bien lo contrario. Sin embargo, el tribunal ha optado por realizar una pirueta jurídica al establecer, por una parte, que los estados deben respetar el derecho a la libertad de conciencia de los menores; pero por la otra que, si bien la presencia de los crucifijos puede lesionar los derechos mencionados, al no existir un consenso claro entre los países europeos sobre este particular es necesario reconocer cierto margen de discrecionalidad a los estados, y que, en consecuencia, la decisión del Gobierno italiano de conservar los crucifijos no lesiona el Convenio Europeo.
Con esta decisión, el Tribunal Europeo contradice su propia jurisprudencia, e ignora que los niños que deben contemplar el crucifijo asisten de forma obligatoria a la escuela hasta los 16 años. En otras palabras, con independencia de cuáles sean las creencias o convicciones de los alumnos, el modelo educativo italiano les obliga a ser escolarizados en un aula presidida por un símbolo religioso. Es cierto, tal y como señala el tribunal, que la mayoría de los países europeos no prohíbe expresamente la presencia de simbología religiosa en las escuelas públicas, pero también lo es que, gracias al sentido común, en la mayoría de las escuelas públicas europeas este tipo de símbolos no está presente, con el fin de que los alumnos sean educados en un contexto ideológica y religiosamente neutral.
La Santa Sede ha visto en esta sentencia un apoyo más a su cruzada a favor de una Europa cristiana, que ve en el crucifijo el principal símbolo de Occidente; pero haría bien en recordar aquello que decía Réveillère de que en muchas ocasiones lo que consideramos justicia es, con mucha frecuencia, una injusticia cometida en nuestro favor.
Óscar Celador es Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado y de Libertades Públicas
1 comentario:
Perdimos, perdimos, perdimos, otra vez...
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