Antonio Maria Rouco Varela, uno de los más connotados políticos del tardofranquismo, cardenal, además, ha llegado al final de su carrera oficial en la Iglesia Romana, cesando en la presidencia de la Conferencia Episcopal española. Pero, eso sí, sin dimitir del que ha sido siempre su principal empeño: el ejercicio del autoritarismo y la difusión de la ideología, al servicio del único y mismo César.
Así, en la misa conmemorativa del décimo aniversario de la horrorosa masacre del 11-M, para cuya ocasión, incuso las asociaciones de víctimas habían aparcado sus diferencias, excluyó de raiz la opción de un oficio religioso compartido con los representantes de las religiones profesadas por un alto porcentaje de los asesinados. Y a aquellos, allí presentes, ni nombrarlos, ni siquiera un saludo, ya que no fraterno (¡faltaría!), al menos protocolario. Pero es que el dogma es lo que tiene: primero él, luego él, después, él también, y, por fin, tierra quemada ...
Mas no paró allí la cosa. Cuando todas las evidencias concluyen en una misma verdad empíricamente bien acreditada, acerca del protagonismo y la responsabilidad de los atentados; y solo la caverna de la caverna persevera en la indecente siembra de la sospecha a contramano, iniciado por el gobierno Aznar en vísperas electorales, ahí está también Rouco, para recoger el testigo. Y hacerlo acudiendo al tópico de las tinieblas, de los poderes ocultos, tan suyo.
O sea, es claro que no se va del todo; y que en lo poco que se va, es solo después de haberlo dejado -de la religión como asignatura, al encarnizamiento antiabortista- "atado y bien atado".
( Revista JUECES para la DEMOCRACIA, nº 79, marzo 2014)
1 comentario:
A lo mejor no le queda tanto a Rouquito... Que sí, que ayer ganó el baboso del Cañete pero se llevaron un buen bofetón en toda la boca los pepero-pesoeros. Ojo que veo venir que en las generales puede haber sorpresas y según quién salga a la secta le quedan dos telediarios.
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