sábado, 14 de agosto de 2021

LOS SANTOS Y LOS SANTENTES

Tomado de elpais.com

El padre Varona tiene un largo camino por delante. Es el portador. Ha jurado ante el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, no separarse del pesado arcón de madera que mueve con un carrito de mudanza hasta que culmine su misión: llegar a Roma y entregarlo en la Congregación para las Causas de los Santos, en el corazón del Vaticano. El cajón, una obra maestra de carpintería, tiene un metro de largo por medio de alto; su tapa está herméticamente atornillada; la cruza una cinta de seda roja lacrada con el sello del obispo; contiene los 13.200 folios secretos de la causa de beatificación del religioso gaditano Pedro Manuel Salado, que murió en la playa ecuatoriana de Atacames el 5 de febrero de 2012, tras salvar la vida de siete niños. Esta documentación puede elevar a Salado a los altares. Según explica el obispo, “una causa de santidad supone alcanzar la certeza moral frente a una duda propuesta de que ese cristiano se encuentra en el cielo; que su trayectoria representa un modelo de imitación y debe ser objeto de veneración”.

El proceso no ha hecho más que empezar, aunque Salado ya ha entrado en la categoría de “siervo de Dios”. Al final del camino se tendrá que demostrar un milagro, un hecho inexplicable y contra las normas de la naturaleza, ocurrido por su intercesión. El milagro lo hace Dios (es su rúbrica a todo el proceso), pero a través del futuro santo. Y si no hay milagro, el candidato no pasará de ser un “venerable siervo de Dios”. Y tendrá que esperar. Incluso siglos. Quizá el milagro nunca llegue.

Para ser beato es imprescindible acreditarse uno ante la Santa Sede y otro más para ser santo. La mayoría consiste en curaciones (instantáneas, completas, duraderas e inexplicables). La lista de hechos sobrenaturales registrados en la Congregación es interminable; desde tumores que se desvanecen a bolsas amnióticas rasgadas que se cierran; desde diarreas y vómitos crónicos que cesan y enfermedades raras que se curan hasta un joven que se cae de una altura de 15,5 metros sin sufrir ninguna lesión. Hay, además, todo un catálogo de conversiones, bilocaciones (estar en dos sitios al mismo tiempo, como solía hacer el Padre Pío), multiplicación de alimentos (san Juan Macías, en 1949, hizo crecer un puñado de arroz en Olivenza, Badajoz, hasta saciar a una multitud hambrienta), visiones, revelaciones, estigmas y hasta levitaciones. El menos frecuente es la resurrección. “Es el más difícil y de mayor grado”, aclara un sacerdote especialista. No todos los católicos tienen la misma opinión sobre los milagros. Para el teólogo Juan José Tamayo: “Pertenecen a la mitología de la credulidad, de la incultura, no fomentan la fe ni la solidaridad, sino la superstición y la milagrería”.

El Papa es el único que puede confirmar (o desaconsejar) la santidad de un candidato. Es una decisión infalible e irrevocable. Sin marcha atrás. Nadie en la Iglesia sabe responder qué pasaría si después de su canonización se demostrara que un santo no había sido santo: “No se ha dado el caso”. Sin embargo, algunas causas avanzadas, como la del fundador del movimiento neoconservador Schönstatt, el sacerdote Josef Kentenich, está congelada por abusos sexuales.

En ocasiones, cerca de su conclusión, algunas ya no interesan a la Santa Sede. Y se quedan en el limbo. Sobre todo, si el postulado no está dentro de la línea ideológica (o propagandística) del pontífice de turno. Se puede dar el caso contrario, que interese agilizarla. Como el récord de velocidad de Juan Pablo II (un santo súbito), que en solo nueve años fue canonizado (saltándose las normas por deseo de Benedicto XVI); o los escasos 18 años de tramitación de la controvertida causa de Teresa de Calcuta. Sin embargo, el fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, no corrió tanto: tardó 27 años. Pero cuando su causa se puso en marcha, colaboró en su elaboración un tercio del episcopado, los superiores de las grandes órdenes religiosas e, incluso, jefes de Estado. Al tiempo, al parecer, se prescindió de algunos testimonios negativos. 

En el entorno eclesial comentan (a media voz) que hay “causas estratégicas que se aceleran por motivos políticos, de agenda, de oportunidad; porque es el mensaje que le interesa a la Iglesia en ese momento. Y también como diplomacia, durante los viajes del Papa a territorios en los que interesa promover el catolicismo”. Hay santos de cada momento. Con un perfil ideológico y humano acorde con cada Santo Padre. Cada diócesis y cada orden o congregación quieren tener el suyo, porque es un sello de calidad. Y la maquinaria del Vaticano marca la dirección. Y acelera o frena (congela, dilata, suspende, bloquea) según su interés. Wojtyla hizo santos a Teresa de Calcuta y a Escrivá, pero no consideró “oportuna” la beatificación de Óscar Romero (que fue asesinado por la extrema derecha mientras oficiaba misa en El Salvador) o del jesuita Ignacio Ellacuría (también asesinado en El Salvador por los paramilitares). Ni la de Ignacio Arrupe, el superior de los jesuitas, rival ideológico de Juan Pablo II.

El manejo político más evidente de las beatificaciones lo llevó a cabo Juan Pablo II con los católicos asesinados durante la guerra civil española por odio a su fe (odium fidei), que las fuentes más conservadoras sitúan en 64.000 y la Conferencia Episcopal Española, de boca de su directora de las Causas, Lourdes Grosso, cifra entre 8.000 y 10.000. Durante el franquismo, en 1964, Pablo VI (un papa refractario a la dictadura de Franco) se negó a poner en marcha esos procesos de beatificación por martirio, porque “una beatificación debe servir para educar al pueblo, no para dividirlo”, según explicaba el cardenal Pietro Palazzini. Sin embargo, en 1983, Juan Pablo II situó en su hoja de ruta ideológica la beatificación de los mártires españoles (y de los países tras el telón de acero) y las reactivó bajo la dirección de la religiosa teresiana Encarnita González con el encargo de “coordinar las causas de los mártires de la persecución religiosa en España”. De las más de 8.000 fichas de personas asesinadas registradas por González, en torno a 1.900 ya han logrado la beatificación. Sin embargo, en la era Francisco, y con el cardenal Rouco fuera de juego, el asunto ha languidecido. Pero en la Iglesia española tienen claro que, en los próximos años, otros 7.000 “mártires de la persecución de la Guerra Civil” ascenderán a los altares.

Además de oportunidad política, una causa necesita dinero. Y personal permanente y adecuado. Y tiempo. Un terreno donde tienen ventaja las órdenes sobre los laicos. De los aproximadamente 10.000 santos con los que cuenta la Iglesia, solo un 10% son mujeres, y un 1%, casados. La mayoría eran profesionales de la Iglesia. En esa nómina hay 87 papas, 1.147 obispos, 467 abades, 239 fundadores y fundadoras de órdenes religiosas, 1.315 religiosos, 958 sacerdotes y 2.300 mártires.

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