Estas son algunas de las que se han enfrentado a los intentos de silenciamiento del ultracatolicismo.
En mayo de 2019, la artista Charo Corrales pudo ver de cerca las consecuencias materiales de las denuncias de la derecha contra obras artísticas supuestamente blasfemas. Primero, el PP, Ciudadanos y Vox pidieron la retirada de la Diputación de Córdoba de su cuadro Con flores a María, un autorretrato en el que se la podía ver ataviada de manera similar a una Inmaculada de Murillo, y en el que se llevaba la mano a los genitales. Después, alguien acudió a la exposición Maculadas sin remedio, se plantó delante del cuadro y lo rajó de arriba a abajo. Y allá fue luego Abogados Cristianos, organización presidida por Polonia Castellanos y muy cercana a Vox, que denunció la exposición completa por una supuesta ofensa de los sentimientos religiosos en febrero de este año, los juzgados de Córdoba archivaron la causa, ya que la muestra “no tuvo como propósito deliberado ofender o vejar sentimientos religiosos, sino contribuir a un debate público-político sobre el papel de la mujer en el seno de una sociedad considerada por las artistas como patriarcal y discriminatoria”. Abogados Cristianos anunció que recurriría la decisión.
Drag Sethlas, nombre artístico de Borja Casillas, respiró aliviado en 2018, cuando la Audiencia Provincial de las Palmas ratificó el archivo de la denuncia interpuesta un año antes contra él por Abogados Cristianos, por un supuesto delito de ofensa contra los sentimientos religiosos. El pretendido delito: su actuación en la Gala Drag de las Palmas de Gran Canaria de 2017, que además ganó. En el número ¡Mi cielo! Yo no hago milagros, que sea lo que Dios quiera, aparecía vestido de Virgen para transformarse luego en un Cristo crucificado, todo bajo un remix de música pop que juegan con la temática religiosa, como Like a prayer (Madonna) o Judas (Lady Gaga). La organización presidida por Polonia Castellanos, muy cercana a Vox, consideró “muy ofensiva” la actuación, por recitar Drag Sethlas “frases blasfemas” y por “burlarse de las oraciones cristianas”. La Fiscalía abrió diligencias contra el artista, pero las archivó días más tarde, recordando que no basta con que “concurra un sentimiento de ofensa” para que algo pueda calificarse como ofensa a los sentimientos religiosos. Cuando la jueza decretó el sobreseimiento profesional, Abogados Cristianos recurrió esta decisión, pero la justicia volvió a fallar en su contra, en una de las muchas derrotas judiciales de la entidad.
Lo experimentado por la revista Mongolia en Cartagena (Murcia) en noviembre de 2016 recuerda al caso de Zahara. Para promocionar su show en directo en la ciudad, Darío Adanti y Edu Galán prepararon un cartel promocional en el que se veía a la Virgen de la Caridad con la cara de Donald Trump —acababa de ganar las elecciones estadounidenses—, sosteniendo a un Cristo con la cara de Hillary Clinton. Y la revista sufrió el triple combo de la ofensa ultracatólica: demanda, manifestación y convocatoria por parte del Obispado de una “misa de desagravio” a la Virgen. La primera no fue admitida, pero la segunda convocó a decenas de ciudadanos delante del teatro, que llegaron a agredir a quienes asistían al espectáculo.
“Los propios del teatro [el Nuevo Teatro Circo], aunque la demanda no prosperó, nos dijo que no podían poner el cartel en la puerta porque se lo iban a romper a pedradas”, cuenta el humorista Darío Adanti, una forma de autocensura empresarial similar a lo sucedido con Zahara en Toledo. Los responsables de la revista decidieron entonces retirar el cartel y lanzar uno nuevo, esta vez con la efigie de Ortega Cano, que les acabaría costando una condena por vulnerar el derecho al honor del extorero... Adanti confiesa que, a raíz de los chistes de la revista, esta ha tenido encontronazos “desde el activismo de izquierdas a la derecha o la Iglesia”, pero que las respuestas de unos y otros difieren enormemente: “Lo cierto es que con los sectores vulnerables solo nos ha pasado un incendio en redes, no nos ha llegado nunca una demanda ni una manifestación. Tanto con los ultranacionalistas, tanto españoles como catalanes, como con la Iglesia, de todo: amenazas, denuncias, ataques”. Adanti cree que esto se debe a la “profunda relación entre Iglesia y Estado, que viene del franquismo”, pero asegura que esta tendencia se ha agravado desde la aparición de Vox, que “blanquea” a “un grupo fascista y fanático religioso estaba en el PP y les dice: no tenemos que avergonzarnos”. En cualquier caso, defiende el cómico y dibujante, “la ofensa a los sentimientos religiosos ha quedado completamente obsoleta”, ya que la libertad religiosa ya está protegida en la Constitución.
La cosa podría haberse quedado en un microescándalo de instituto, una discusión en el Consejo Escolar y una de esas aventuras que se cuentan durante toda la vida. Pero no fue así. Iván González tenía 15 años y entregó a su profesora, como parte del trabajo que le habían pedido en la asignatura de Cultura Audiovisual, un videoclip en el que él mismo se había encargado de la composición, la producción y la dirección. La canción, “Soy maricón”, denunciaba que la Iglesia católica rechazara a sus creyentes LGTBI —algo que él mismo había sufrido—, y lo hacía con letras un poco más fuertes de lo habitual: “Soy maricón, pero también soy cristiano, / ellos no me aceptan porque follo por el ano. / No sabía yo que el sexo anal fuera un pecado, / seguro que la Virgen ya lo había practicado”. La profesora, impresionada por la calidad técnica del vídeo, le puso un 9. El vídeo se hizo viral. Y lo que comenzó con una queja del profesor de Religión acabó escalando hasta el punto de que Hazte Oír recogió firmas para pedir que la profesora fuera expedientada, el Obispado de Mallorca tachó el vídeo de blasfemo, el PP pidió explicación a Educación y hasta se inició el proceso para que se sancionara a la profesora, cosa que finalmente no sucedió. Iván González era menor de edad, un adolescente anónimo, pero eso no evitó la campaña en su contra. Sería, eso sí, su primer éxito como Samantha Hudson, el personaje que esta travesti irreverente defiende desde entonces.
Quizás una de las imágenes más tristes de la cultura española de los últimos años haya sido la de ver al músico Javier Krahe sentarse en el banquillo, en 2012, por una supuesta ofensa a los sentimientos religiosos. Y todo por un corto realizado en 1977, titulado Sobre la cristofagia, en el que Krahe y Enrique Seseña simulaban una receta de cocina para cocinar un pequeño crucifijo, en alusión a la eucaristía, en el que los creyentes celebran la transmutación literal de la hostia en el cuerpo de Cristo. En 2004, el programa Lo + Plus, de Canal+, emitió estas imágenes como parte de un documental homenaje a Javier Krahe, para ilustrar una entrevista al creador, y el Centro Jurídico Tomás Moro —con el apoyo de Hazte Oír— llevó al creador y a la productora del programa a juicio, tras imponer una fianza de cientos de miles de euros. Fueron absueltos, pero el proceso duró ocho años, y Krahe llegó a advertir de que si le condenaban, se exiliaría a Francia. “Es un disparate. ¿Cómo se demuestra que se han herido unos sentimientos religiosos?”, se decía el intérprete madrileño, tal y como recogía El País. Krahe, que fallecería tres años más tarde, solía lamentarse del tiempo perdido en el proceso judicial, y de todo aquello solo sacó la composición del tema Fuera de la grey.
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