martes, 9 de diciembre de 2014

LA DESIGUALDAD ASESINA LA DEMOCRACIA

Antón COSTAS en El País (mes pasado) clic aquí para leer el artículo completo

¿Nos debe preocupar la desigualdad? Quizá la señal más reveladora de su gravedad es ver cómo instituciones nada sospechosas de arrebatos anti sistema como el FMI, el Banco Mundial, la OCDE, Financial Times, The Economist, Mckinsey, Morgan Stanley, Standard & Poor's o Credit Suisse están alzando su voz para advertir a los gobiernos de las consecuencias de la desigualdad. Cuando, por así decirlo, los “intelectuales orgánicos” del capitalismo manifiestan este dramatismo es que algo va mal en el sistema.

En contraste con esta preocupación, la desigualdad no está en las agendas de los gobiernos. O no les preocupa o por alguna razón temen hablar de ella. En todo caso, ¿por qué la democracia no frena el crecimiento de la desigualdad?

En principio, la democracia es el sistema político mejor dotado para que los ciudadanos puedan obligar a los gobiernos a tener en cuenta el interés general. La razón es que en democracia cada persona tiene un voto. Hay igualdad política. Y como los perjudicados por la desigualdad son mucho más numerosos que los que se benefician de ella, se podría pensar que sumarán sus votos para castigar a los gobiernos cuyas políticas incrementen la desigualdad. Pero no es así. Al contrario, hay evidencia en estos años de que los gobiernos no sufren castigo electoral por este motivo. ¿Cómo explicar esta paradoja? Podemos plantear tres hipótesis.

Primera: porque la desigualdad económica produce desigualdad política. La desigualdad de renta y riqueza descapitaliza políticamente a los pobres. Hace que sus votos pierdan influencia. Si medimos la igualdad política en términos de capacidad de acceso al poder, vemos que los políticos son más sensibles a las preferencias de los ricos que a las de los pobres.

Segunda: los pobres, y en particular los excluidos, tienen poca propensión a votar, o no votan. Se autoexcluyen políticamente.

Tercera: las élites consiguen desviar la atención sobre la desigualdad. A lo largo de la historia vemos que cuando la desigualdad se agudiza, el discurso político introduce preocupaciones como el nacionalismo, el miedo a los inmigrantes o cuestiones religiosas de gran carga emocional para los pobres. La política populista sustituye a la política democrática.

Como vemos, la desigualdad asesina la democracia. Debilita la influencia de los votos de los que tienen pocos recursos económicos y reduce la igualdad política.

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