Tomado de Cristina Espinoza en elplural.com
Si la lluvia por desgracia no lo impide, un batallón de alcaldes se colgarán desde hoy medallones, enhestarán (se me ha escapado, sorry) báculos y se pondrán delante o detrás o de las dos maneras de las procesiones de la ancha tierra andaluza, con severo gesto devoto, acompañando vírgenes y cristos, saludando al vecindario con leves y solemnes cabezazos.
La explicación de por qué se pasan por el forro el laicismo constitucional es tan lamentable como sencilla: todos los alcaldes creen que si no van delante o detrás de los cristos, las vírgenes y la banda de la Legión perderán muchos de los votos que les han aupado a la peana del poder municipal.
Creo que podría señalar con precisión el día que se jodió el laicismo, que acababa de nacer. Era yo una criaturilla pinturera que cabalgaba con entusiasmo las olas del periodismo y de la vida. Una primavera del 79, un pacto de izquierdas arrebató las alcaldías a la muchachada ucedista de la gran mayoría de los ayuntamientos andaluces. Franco se había muerto un lustro antes; las calles dejaron de estar de luto por cojones; los bares y las discotecas en plena ebullición, el mundo procesional perdía clientes a borbotones.
En estas llegué a pensar que por fin la mezcla tóxica de política y religión había sido conjurada por la democracia. Pero de pronto un concejal, seguramente comunista, seguramente gay, al frente del negociado de boatos y ringorrangos se empeñó en que lo apropiado era seguir con el gazpacho de mezclar los votos con la salvación de las almas. Apenas había empezado a andar, el laicismo había muerto a manos de la izquierda procesional.
Tanto fue el ardor que el rojerío en general, esos rockeros que nunca mueren, esos actores que vestían como El Che, esos escritores que hacían de la progresía su talento, se entregaron con brioso entusiasmo a la vindicación de hermandades, cirios y madrugás, como una suerte de frikismo espiritual. Y el antropólogo de guardia, que lo había y se llamaba Isidoro Moreno, venía a bendecir la contradicción porque no había tal y se podía ser marxista-leninista, ateo y cofrade por la gracia de Dios.
La voladura del laicismo institucional por los alcaldes y concejales viene siendo tomada como un pecadillo venial aparejado inevitablemente al cargo. La falta de respeto a la religión y a las cofradías que supone la invasión de los políticos en sus actos y procesiones, no se aprecia como una grave instrumentalización sino como una tradición que se remonta a la noche de los tiempos. Y no parece que tenga remedio.
Cada año por estas fechas (en Navidad buscamos a Chencho en la plaza mayor), mi altocargo y nos reponemos Calabuch, una de las más deliciosas películas de Berlanga, pera ver al cura gritar a los guardias civiles: “¡ A ver si desfiláis con marcialidad!". Y al sargento arengar a su tropa: “¡Y con mucha devoción!”
Y nos hacemos unas risas y unas torrijas con la poca vergüenza del personal.
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