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jueves, 20 de septiembre de 2018
CONTAR LOS ABUSOS Y RECIBIR REPRESALIAS
Tomado de elpais.com
Javier fue la primera víctima que denunció, en una carta al papa Francisco, que el sacerdote José Manuel Ramos había abusado sexualmente de él, de su hermano —hoy fallecido— y de dos niños más en el Seminario Menor de La Bañeza (León), durante el curso 1988-1989. Por estos delitos, a día de hoy prescritos para la justicia secular, la diócesis de Astorga apartó al cura en 2017 de su parroquia en Tábara (Zamora) durante un año.
Hace dos días, el Vaticano condenó a Ramos por otros abusos similares a estar 10 años fuera de su diócesis, ingresado en un centro religioso y sin poder ejercer como sacerdote. Esos delitos se cometieron en el colegio zamorano Juan XXIII de Puebla de Sanabria (Zamora) entre 1981 y 1984. Los hechos ocurrieron cuatro años antes que los que afectaron a Javier y su hermano.
“La nueva condena me parece vergonzosa. En la anterior, solo le condenaron a un año por lo que nos hizo a mí y a mi hermano. Dicen que ahora la pena es más grande porque se ha demostrado reincidente. No lo entiendo. Lo que ocurrió en La Bañeza fue después y todos sabían que había estado abusando de nosotros durante un curso entero. ¿No es eso reincidir?”, se lamenta la víctima. Javier y su hermano tenían entre 13 y 14 años cuando sufrieron los abusos.
Aún recuerda el día en que este le contó que el padre Ramos se había metido en su cama y le tocó. “No sabía si creerle, pero vi que mi hermano estaba fatal. Me estaba contando la verdad”, recuerda. A los pocos días, Ramos fue a su cama. Esa experiencia duró durante todo el curso.
“Había días que no venía, pero luego lo hacía tres noches seguidas. Fueron muchísimas veces”, relata. Según comenta, Ramos se sentaba en la cama y comenzaba a tocarle hasta que eyaculaba. “Creo que no me violó porque había más niños allí”, describe la víctima, que ahora tiene 43 años.
A los pocos meses, su hermano y él fueron a pedir auxilio. Primero al director del seminario, Gregorio Rodríguez (fallecido) y luego al tutor de sexto curso, Francisco Javier Redondo. Nunca, dice, recibieron ayuda y los abusos siguieron. “Las consecuencias de contarlo fueron terroríficas. Entonces, empezaron las represalias: dormir en la sala de la peluquería, broncas, puños...”, narra. La víctima asegura que, además de encubrir a Ramos, tanto el seminario de La Bañeza como el de Astorga (centro donde acudieron tras acabar ese curso), los sacerdotes les hicieron la vida imposible. “Querían echarnos. Todos sabían que lo habíamos contado”, dice.
Hasta ahora, Javier cuenta cómo se percataron de que “todo el mundo lo sabía y lo tapaba”. Cinco años después, se lo dijeron a su familia. “Cuando se lo contamos a mi padre, fue a ver a un sacerdote y este le dijo que ya estaba al tanto. Que lo que había que hacer era perdonar. No hay derecho que ese delito haya prescrito. No lo denunciamos ante un juzgado, pero sí alertamos”, añade.
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