martes, 26 de mayo de 2015

RELIQUIAS TONTAS: EL SALERO DE LA ÚLTIMA CENA


Tomado de abc.es

Sabida es la afición del mundo católico al tema de las reliquias: leche del pecho de María (la virgen), plumas de la paloma del espíritu santo, pedacitos de la cruz de la pasión de Jesús (con todos juntos la cruz podría medir varios kilómetros), sudarios, aceite de las lámparas, la lanza de longinus, la corona de espinas, el cáliz de la última cena, clavos de la crucifixión, el santo ombligo, el santo prepucio, la lágrima, la gota de sangre (litros a lo que se ve), hasta la columna de la flagelación, etc. Y no decimos de los santos, desmembrados hasta conseguir millones de partes (falanges, pelos, huesos, dedos, brazos, corazones, casquería en general).

León contó durante 500 años con el salero de la última cena (la de Jesús, no la tuya, tontolaba), salero que aparece en el siglo XIII tal como recoge el artículo que se cita en el enlace de arriba y del que tomamos algunos párrafos.


El antiguo convento de Santo Domingo de León mostraba «el salero que sirvió la noche de la cena en la mesa de Nuestro Señor Jesucristo». «Su materia es la piedra de Calcedonia», la misma que la del Cáliz de Valencia, describía fray Joseph en 1727. En la reliquia se leían las primeras palabras de la Salutación angélica y, en caracteres góticos, el testimonio de ser el salero de la Cena.

«La pieza era una escudilla, un pequeño plato del que se tomaba la sal con los dedos, debió de ser comprada durante las Cruzadas. La reliquia se conservó en un relicario en León, durante más de cinco siglos. Allí se encontraba en 1752 cuando el jesuita Pedro Murillo Velarde anotó que estaba «en una caja de plata dorada».

«Del salero consta documentación de mediados del siglo XIII hasta 1752 y ya no se cita en una obra sobre las iglesias y monasterios de León en 1792, apenas 40 años después, y «resulta difícil que de haberla visto no la reseñara».

El salero más famoso es el que pintó Leonardo da Vinci en el mural del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán. Lo representó como un pequeño cuenco que Judas Iscariote vuelca con el brazo. «El hecho se ha asociado con la mala suerte debido a que este mineral era muy preciado tanto por su simbolismo como por su utilidad práctica para la conservación de alimentos».

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