Tomado de lavanguardia.com
Las sociedades necesitan un relato para sobrevivir. Pero no un relato cualquiera, sino uno que trascienda a los individuos y los explique como miembros de una comunidad que existe antes que ellos y los sobrevive. Dicho de otro modo, requerimos de una creencia, un dios, una religión. Y “está comprobado que, sin una combinación de identidad política y religiosa, ninguna sociedad tiene futuro”. Quien esto afirma es el historiador británico del arte Neil MacGregor, exdirector de la National Gallery (1987-2002) y el British Museum de Londres (2002-2015), que acaba de publicar en España la monumental historia de las creencias Vivir con los dioses (Debate). A partir del estudio de distintos objetos y obras de arte –procedentes casi en todos los casos del British– el libro explora con profundidad la realidad y el sentido de las múltiples formas de fe en todo el planeta a lo largo de 40.000 años.
En su libro, MacGregor se refiere con ironía al follón que en ese mismo país se montó cuando, días después de los atentados en Niza en julio del 2016, las autoridades locales de varias poblaciones de la Costa Azul prohibieron el uso de determinados bañadores que atentaban “contra las buenas costumbres”… y el laicismo. “El problema no estaba en aquellas mujeres que llevaban muy poca ropa sino en las que portaban demasiada”. El escritor se refiere por supuesto al burkini, desterrado aquel verano de las playas de Cannes o Saint-Jean-Cap-Ferrat en tanto que “manifestación ostentosa de pertenencia religiosa”.
Tanto en Europa en su conjunto como en cada uno de los países que integran la UE “late la doble cuestión de quiénes somos y cuál es la narrativa en la que todos nuestros ciudadanos pueden participar”. Y no será porque no tengamos creencias y relatos a mano. “Londres es uno de los grandes centros de creatividad musulmana en el mundo. En París se produce gran parte de la literatura africana”. Y en todas las grandes capitales florecen comunidades con tradiciones y religiones muy diversas. “Pero nuestra tradición es expandirnos, dominar e imponer”, de modo que nos cuesta hacer el camino a la inversa. “Espero que encontremos un relato de aceptación y tolerancia que empiece por asumir el hecho de que, ahora ya, somos los herederos de muchas otras historias, más allá de la que la que no es o consideramos propia”, señala MacGregor. En definitiva, convendría entender que “la narrativa europea es global, pero no en el sentido de que dominamos el planeta sino de que heredamos el mundo”.
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