lunes, 7 de octubre de 2019

O NOS DABAN DE HOSTIAS O NOS ACARICIABAN...


Tomado de elmundo.es

Dice José Luis Cuerda que todas las vidas son fragmentarias y para demostrarlo publica la más fragmentaria biografía de la que ha sido capaz una vida. Ligeramente surreal; por momentos profundamente enfadada, y siempre, y quién sabe si a su pesar, tierna. Mucho. Memorias fritas (Pepitas de calabaza) es probablemente el único cuento posible de un hombre que tiempo atrás, cuando en la misma editorial le tocó recordar una de sus obras más emblemáticas, Amanece que no es poco, dejó escrito: «La vida tiene que abarcar fantasías, descabellos, risotadas incomprensibles que contrapesen los cilicios mentales, los palos en las costillas del sano raciocinio y las mentiras activas que imponen quienes tienen en sus manos la interpretación oficial de la realidad, sin que nadie les haya encargado tal tarea.

De niño, Cuerda temía las setas. Una vez enfermó y, en la convalecencia, se leyó de un tirón las aventuras completas de El Coyote y terminó por memorizar las tres últimas temporadas de Arruza. Buen torero. Luego recuerda que fue mal alumno (que no mal estudiante) en los escolapios, que no en los jesuitas, y de ahí empezó a macerar su aprensión no tanto por lo santo, que quizá también, como por lo eclesiástico. «El cura Sancho, por lo gordo, obsequiaba a un interno, siempre el mismo, cada tarde de domingo, durante la sesión de cine, con un plátano repelado, sustraído al postre de la comida, que le era ofrecido en la boca al púber con mucho mimo. Íbamos aprendiendo cosas», se lee. Y añade más tarde: «No había término medio: o nos tundían a palos o nos acariciaban mimosos». Luego supo él y nos lo hace saber a nosotros que en su colegio acababan los curas de Levante castigados.

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