Tomado de infovaticana.com
Bolsonaro ha quedado en solitario en medio de los líderes que, uno tras otro como piezas de dominó, están enclaustrando a sus ciudadanos en un confinamiento que paraliza los países y sus economías. El mandatario brasileño ha tomado una actitud menos extrema con la pandemia, temeroso de que el encierro precipite una depresión económica de la que su país no tendría tan fácil recuperarse como otros más desarrollados.
No ha dejado, sin embargo, de tomar medidas contra el coronavirus, y en un decreto del pasado 26 de marzo pide a los brasileños que permanezcan en sus casas y que se interrumpan todos los servicios “no esenciales”. Y, entre los servicios exentos por “esenciales”, Bolsonaro había incluido los religiosos, es decir, fundamentalmente las misas públicas.
Pero un tribunal federal ha fallado en el mismo sentido que la mayoría de las conferencias episcopales de Occidente, en el sentido de que la religión no es un “servicio esencial” y, por tanto, las misas no deben quedar eximidas de la obligación de interrumpirse, anulando así el decreto del presidente.
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