Tomado de elpais.com
Esta es la historia de tres amigos y de cómo su vida quedó marcada por los abusos que dos de ellos sufrieron en el internado del seminario menor de los carmelitas en Vila-real (Castellón) en los años setenta, a manos del rector del centro, Francisco Armell Benavent, ya fallecido. Los tres han contado su historia a EL PAÍS entre 2018 y 2022. Pero de los tres amigos solo queda uno. Los otros dos han fallecido.
El último de esos tres amigos, que aún mantiene la memoria de lo que pasó, se llama Juan Luis Chueca. Él no sufrió abusos, pero sus amigos se lo contaron. Ahora es el que recuerda por los otros dos, Emilio Alventosa y Julián Sarrión, para que se sepa la verdad y por la memoria de sus compañeros. Además, EL PAÍS ha recabado un cuarto testimonio de otro exalumno. Chueca fue el primero que lo denunció a la orden en 2021. Acusó también a un segundo religioso, de iniciales L. G., que llegó a ser superior de los carmelitas. Se encontraba el año pasado en una parroquia del centro de Madrid y fue apartado del contacto con menores como medida cautelar.
La congregación es la del Monte Carmelo, distinta de la orden de los carmelitas descalzos, y tras la denuncia, informó a este diario en junio de 2021 de que abría una investigación “a fondo” de ambas denuncias y lo comunicaba al Vaticano. Expresó un “compromiso de total transparencia”. “Como responsables de esta institución eclesial pedimos perdón a las posibles víctimas y a sus familias”, señaló un portavoz. Responsables de la orden pudieron conocer los testimonios de los otros exalumnos antes de que fallecieran. No obstante, pese a su promesa de transparencia, los carmelitas luego no han proporcionado más información y no han respondido a las preguntas de este diario en el último año.
Juan Luis empezó el curso en Vila-real en septiembre de 1974, con 12 años, y allí hizo amistad con otros dos chicos, Emilio Alventosa y Julián Sarrión. Se hicieron inseparables. Con esa confianza, un día Emilio le contó lo que le había pasado con el padre Francisco Armell Benavent, que era el rector y jefe de estudios. Este religioso, nacido en 1942, entonces tenía 32 años. Emilio también lo relató a EL PAÍS en 2021: “Un día me encontré mal, fui a la enfermería. Armell, que se encargaba de todos los pequeños, de sexto, séptimo y octavo, y dependíamos de él, me dijo que si fuera a su habitación si no podía dormir, que me daba una pastilla. Inocente de mí, fui una noche, me dio una pastilla y cuando me desperté todavía estaba allí, en su cama. Se repitió varias veces. Con la excusa de ver si tenía fimosis un día me masturbó, y yo ni sabía lo que era eso. Cada vez que me llamaba intentaba aprovecharse y era un tío de uno ochenta, muy violento, con fama de pegar hostias como panes”. Emilio llegó a pasar fines de semana y algunas vacaciones con él en una casa que tenía en su pueblo, Xàbia, pues el religioso se lo propuso a su familia. “Mi madre estaba engañada con él. Yo no quería ir, pero no podía negarme. Luego allí estábamos solos o con su hermano. Recuerdo que una vez casi nos pilla en la cama”. Juan Luis, que no duda en acusar al fraile de “depredador”, va más allá: “Emilio me contó que con Armell se vio obligado a tener relaciones sexuales con otros frailes. Me lo contó de una forma muy angustiosa, achacaba a estos abusos los problemas que luego había tenido en su vida”.
El tercer amigo del grupo, Julián, también relató a este periódico que sufrió los abusos de Armell: “Yo hasta los 45 o 50 años no se lo dije a nadie, hay como una tela que se te pone en los ojos y no lo ves. No fue traumático, yo pensaba que me quería y que era un elegido. Siempre van al más débil, al más calladito. Solía llamar de vez en cuando a uno a su habitación. Me llamó una vez para una charla, porque me costaba hacer amigos, era introvertido. Tenía una librería que separaba la cama y el lavabo de su despacho. Me achuchó contra la librería, me cogió de las orejas, apretándome los lóbulos y me dijo: ‘Pequeño, ¿sabes cuál es la parte más insensible del cuerpo? Esta’. Me apretaba los lóbulos y de repente me besó en la boca, me morreó mientras se restregaba contra mí”. Julián estaba seguro de que “la comunidad de sacerdotes sabía todo aquello, pero no le puso freno”.
Emilio, en su relato, también confirmó que Armell tuvo varias presas: “No fui el único del que abusó. En las excursiones sorteaba quién iba con él en el coche y quién dormía con él, ganaba quien acertara un número que él pensaba, y elegía a quien quería”. Pero un día, en 1976, Armell se encontró con un chico que se le resistió. No se arredró, se lo contó a su familia y se armó un escándalo. De hecho, Armell abandonó el centro. Como en muchos otros casos, la solución fue enviarlo de misionero al extranjero, a República Dominicana.
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