martes, 13 de abril de 2021

OCULTACIONES Y OCULTACIONES...

Tomado de infovaticana.org
 
Céline Hoyeau, periodista de La Croix, publicó el pasado marzo un libro, ‘La Trahison des pères’ (La traición de los padres), que explora los escándalos sexuales que han afectado a varios de los ‘nuevos movimientos’ surgidos en torno a los tiempos del Concilio Vaticano II.

Es una triste constatación histórica que muchos, si no todos, los problemas que sufre una sociedad derivan de las soluciones que se dieron a problemas anteriores, en ese fenómeno que se conoce como ‘consecuencias no deseadas’. Y la Iglesia, en cuanto institución humana, no es ajena a esa constante. Por eso la prudencia es la reina de las virtudes cardinales.

Hoyeu, autor de un libro sobre los casos de abusos sexuales entre los fundadores de nuevos movimientos eclesiales que vieron la luz durante o inmediatamente después de la anunciada ‘primavera de la Iglesia’ que debía ser el Vaticano II, arroja cierta luz sobre la razón de que estos abusos se produjeran e incluso se mantuvieran ocultos durante tanto tiempo.

Hoyeau ha estudiado el caso de estos fundadores-abusadores, especialmente en Francia: Thierry de Roucy, Mansour Labaky, Marie-Dominique Philippe, Thomas Philippe, Jean Vanier, André-Marie van der Borght, Ephraim… Y, buscando un hilo común, nos habla de un ‘culto al líder’ omnipresente en estos movimientos que les permitía actuar con impunidad, de estructuras institucionales y psicológicas que recuerdan poderosamente a la dinámica de las sectas destructivas.

Pero eso es solo la mitad de la historia. Eso explica por qué se producían los abusos y por qué callaban las víctimas. La otra parte, sin embargo, es por qué la Iglesia no actuó, no vigiló, no previó, no receló, no disciplinó.

Comenta Hoyeau a la periodista: “La falta de control por parte de la Iglesia también se explica por el hecho de que estas comunidades reivindicaban un marco separado, nuevos modos de construir comunidad (hombres/mujeres; solteros/parejas) en la Iglesia. La regla se fijaba siguiendo las intuiciones del fundador, en torno al cual giraba todo. Básicamente, la regla era él. Estas comunidades no respetaban las salvaguardas ni las garantías y equilibrios que son las normas de prudencia habituales en la Iglesia (especialmente, la distinción entre fuero interno y externo, es decir, un líder de la comunidad no puede acompañar espiritualmente o confesar a un miembro de su comunidad, a fin de preservar su libertad”.

La Iglesia no era inmune a estos cambios culturales: los obispos preferían “acompañar” antes que sancionar. Se prefería una “Iglesia de Comunión” al modelo autoritario previo al Vaticano II”. Estos casos ilustran una de las paradojas de la misericordia que se olvida a menudo, y que consiste en que en ocasiones el expediente más misericordioso es el que parece cruel, mientras que resulta cruel aplicar una misericordia aparente que no es más que debilidad.

N.R. el análisis es parcial en cuanto al origen de los encubrimientos. Parece que todo viene del Vaticano II y una extraña progresía permisiva. Pero han sido los sectores más tradicionales, conservadores e inmovilistas de la iglesia católica  los principales defensores de la ley del silencio...

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