miércoles, 12 de enero de 2022

ABUSADORES, ABUSADORES Y ABUSADORES 3

Tomado de elpais.com

 En cuanto a S.G.S., de Beasain pasó a ser director del Aspirantado de La Salle en Irún (Gipuzkoa), hasta 1976. Allí, entre 1973 y 1974, el exalumno M.G.S., que ahora tiene 63 años, relata cómo eran las “entrevistas personales” que el religioso tenía periódicamente con los aspirantes a convertirse en miembros de la orden, chicos de entre 13 y 16 años. Duraban hora y media y este estudiante recuerda que se comportaba de forma totalmente extraña. “No era normal la forma en que te abrazaba y besaba en la cara nada más entrar, ni que estuviera medio abrazado a ti, ni que te hablara con su boca pegada a tu cara, en susurros”. Pero luego iba más allá, según los relatos de sus compañeros. “El director les hablaba sobre si se masturbaban y que eso era un problema muy serio y necesitaban ayuda para superarlo. Y así les persuadía para que se desnudasen, dieran gracias a Dios por sus órganos y en algunos casos les convencía incluso para que lo hiciesen allí y luego se arrepintiesen. Yo aún no había empezado a masturbarme y me pude ir escapando. Al final se le ocurrió el tema de la fimosis. Me dijo que me tenía que orientar sobre si debía operarme o no y debía desnudarme delante de él y poner mi pene erecto para ver si el glande salía o no. Recuerdo perfectamente su voz, su respiración agitada, su mirada con esas gafas de culo de vaso, sus abrazos y besos en la cara al despedirse. Han pasado 47 años y parece como si fuese hoy el estar allí de pie desnudo, junto a él sentado, mirando cómo movía mi pene hasta que se pusiese erecto. No sabes la de cientos de chavales que pasaron por sus manos”.

Según la necrológica de S.G.S que la orden publicó en 2020 cuando falleció, abandonó el País Vasco por Madrid durante un año. Regresó en 1977 a San Sebastián, en cuyas comunidades fue “animador” hasta 2015, cuando se incorporó a la comunidad de la Sagrada Familia de Irún, donde vivió sus últimos seis años.

Jesús Mallol, de 68 años, afirma que el hermano José Lantarón, profesor de Matemáticas y secretario en el colegio La Salle de Córdoba, era muy conocido entre los alumnos. “Por sacar a la pizarra todos los días a un alumno, generalmente un interno, al que con la excusa de aclararle sus errores en algún problema, le metía mano descaradamente delante de los demás, durante 15 o 20 minutos”, describe Mallol, que fue una de sus víctimas. Por las manos de Lantarón, apodado La Pepa, pasaron muchos estudiantes, según dice. “Era muy común ver a alguno llorando y diciendo que se lo diría a sus padres, pero aquello seguía como si nada. Yo se lo comenté muchas veces a mi madre, pero la contestación solía ser que no hablase así del hermano José”, lamenta.

Una mañana de otoño, en 1965, Mallol no aguantó los tocamientos. “Me sacó a la pizarra y comenzó el habitual sobe, pero ese día, además, bajó la mano y la metió por mi pantalón corto hasta tocarme los genitales”, narra. Se fue del colegio “con lágrimas de impotencia y de rabia”. Se lo contó a su tío, que “tuvo bronca violenta con el director y con el prefecto”, según recuerda. Volvió a clase al día siguiente. “Pasé a ser invisible y lo suspendía todo, yo que había ido siempre bastante bien”, añade. Su madre envió una carta de denuncia de los hechos al obispo de Córdoba, que era Manuel Fernández-Conde. Según sostiene Mallol, no hubo contestación. Más tarde, dejó el colegio. “Para La Pepa, el castigo fue un traslado al colegio de La Salle de Tenerife”, concluye.

Jorge Gastón relata abusos en el colegio Montemolín de Zaragoza, donde estudió de 1965 a 1969. “Yo venía de Madrid, de un colegio seglar, normal, y aquello me impresionó mucho, las palizas eran continuas, era una atmósfera de terror. El cura que abusó de nosotros era el hermano Macario Villarroel, profesor de Matemáticas y Ciencias Naturales. Llegó en 1967, venía de otro colegio, y se fue hacia 1972 o 1973. Era un auténtico depredador. Todo el mundo sabía lo que hacía. Primero sacudía mucho, para ablandar la carne. Decía: ‘¿Cómo se tienen que hacer las cosas? ¡Con orden y limpieza!’. Y se ponía a sacudir. Luego te tocaba, en medio de la clase. Se acercaba a tu oído a chuparte, te recorría el pecho con las manos, te lamía. Se ponía fuera de sí. Solo en mi año éramos unos 90, en dos grupos, el A y el B, y él iba a por todos. Lo peor que te podía pasar era quedarte solo en el recreo y que te encontrara. Con algunos tenía fijación. Uno un día no se dejó y él se encabritó, le pegó un puñetazo en el estómago y cayó redondo. Al día siguiente no volvió, sus padres se lo llevaron”.

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