Cuando empezó el siglo había en España 1.736 seminaristas. Era ya una cifra bajísima en perspectiva histórica, y que no había dejado de descender con pausas desde hace al menos medio siglo. Pero desde ahí fue el derrumbe. El curso pasado había exactamente 1.128 en toda España.
Aún carecemos de los datos del presente curso, pero no es improbable, vista la tendencia, que queden en una cifra de tres dígitos. No habrá muchos curas en un futuro próximo en España. Y uno de cada cinco no se forma en los seminarios diocesanos, sino en los promovidos por el Camino Neocatecumenal, Redemptoris Mater (Los Kikos).
La Conferencia Episcopal Española ha puesto en marcha el Plan de formación sacerdotal -Formar pastores misioneros-, con el que la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios quiere hacer una profunda renovación formativa en los seminarios. Pero es difícil dar con soluciones si no se examinan las causas, algo que no se va a hacer.
No es una crisis que afecte solo a la Iglesia española, sino a toda la Iglesia universal o, al menos, la de Occidente, aunque haya distinciones de matiz de una nación a otra. Por lo demás, si la crisis del clero es alarmante, la que afecta a la vida religiosa puede calificarse sin exageración de terminal.
La pregunta es por qué, y la respuesta, me temo, es ¿por qué no? La vida del sacerdote es una vida de entrega y renuncia construida sobre la fe. ¿Qué sentido tiene cuando oye desde sus propios prelados, desde el mismo Papa, que cualquier religión es un camino válido para la Salvación? ¿Por qué habría un joven renunciar al éxito mundano y a formar una familia si, al final, todos vamos a salvarnos? ¿Por ‘convertir la verdad en un ídolo’? (¡JODO!)
Las propias estructuras clericales hacen mucho más hincapié en la labor social de los sacerdotes que en los aspectos sobrenaturales, y se desanima activamente a recalcar que los católicos tenemos la plenitud de la verdad.
Porque la labor social, la ayuda a los más necesitados, no requiere en absoluto el celibato ni el encuadrarse en una estructura eclesial, ni siquiera la fe. Si la Iglesia se obstina en convertirse en una gigantesca ONG o en la depositaria de una vaga espiritualidad al servicio de un proyecto mundano, por noble que sea, entonces no se necesitan curas.
N.R. dicho lo cual, el autor del artículo, Carlos Esteban, se fue a cagar a la vía.
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