En este contexto, de miedo y de silencio, de autoridad y autoritarismo muchos de nosotros estudiábamos en colegios religiosos de curas o de monjas, colegios privados en general y que suponían para nuestras familias un esfuerzo económico que se traducía muchas veces en el pluriempleo paterno para afrontar el pago de las cuotas a la espera de que los hijos ascendiéramos en el escalafón social.
Los curas y los frailes representaban el poder y la autoridad, tanto en la sociedad como en los centros educativos. Poder y autoridad emanados directamente de un dios que les había revelado el camino. la senda, la doctrina, la seguridad de lo que había que hacer, decir y pensar y que eran para todos un modelo a seguir... aunque muchos de ellos no eran modelo para nadie, personajes violentos, lascivos, tacaños, avariciosos convivían con otros que eran buena gente, generosos, pacientes, bondadosos, comprensivos y dispuestos a ayudar al prójimo.
El problema no era tanto la existencia de esta diversidad en el clero, como hay diversidad en la misma sociedad, el problema era que predicaban una cosa y hacían lo contrario de lo que predicaban y, como eran la autoridad, pues había que soportar sus abusos como parte integrante del modelo social y del modelo religioso. En los colegios de estos tipos hemos recibido palizas y abusos que durante demasiado tiempo se han tapado y silenciado por ignorancia, por miedo y por vergüenza.
Recuerdo a don David, sobando en la tarima de clase las piernas de uno de nuestros compañeros con un descaro y una insistencia que nos sorprendía a todos, pero éramos demasiado inocentes para comprender realmente de qué se trataba. O a don Sabino, que te ponía sobre sus piernas y empezaba a sobarte la tripa durante rato y rato o a don José Luis, que te propinaba unas bofetadas más propias de un púgil que de un educador o a don Inocencio que daba golpes en la cabeza con el mango de un destornillador. Y desconozco lo que pasaba en el internado del colegio, los externos, al menos, librábamos de eso. Silencio, siempre silencio.
Pero si junto a esta calaña había gente que actuaba correctamente, cómo no decían nada, por qué el silencio cómplice de los que no actuaban así y eran sabedores de estos acontecimientos?. Ah amigos, aquí entra el truco del almendruco de la iglesia católica, la confesión. Ese gran invento libera de culpas al culpable y se garantiza el silencio que queda amparado por el "secreto de confesión" una especie de complicidad sin culpa. Y el resto ya lo imagináis, si alguien iba a protestar porque su hijo le había contado alguna cosa propia, la solución era el "ya tomaremos cartas en el asunto", "sobre todo, y por el bien de la congragación no hagamos un escándalo" o como mucho, el traslado a otro colegio o a Chile si era de escándalo público.
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