Tomado de Javier Sádaba en público.es
El nacionalcatolicismo, bien estudiado por Álvarez Bolado, se puede entender en dos sentidos que a veces se entrelazan. Uno es aquel en el que un Estado toma como una característica que lo define una determinada religión. Es el caso del franquismo. España no se entendería sin el catolicismo. Entendido este en su sentido más reaccionario. El otro utiliza la religión más enraizada popularmente, para apuntalar al Estado. Es el caso de la Action Francaise en Francia. Su líder, Maurras, era agnóstico. Es el lema de que todo viene bien para defender al Estado.
Los que hemos nacido en la posguerra hemos tenido que soportar ambas imposiciones. Imposiciones que, al mismo tiempo, generaban un nacionalismo perverso. Porque una divinizada nación era la base del Estado en cuestión
Frente a esta destrucción de los individuos, de los ciudadanos y de los pueblos se tiene que levantar un pensamiento y una acción laica. Porque el laicismo separa tajantemente lo político de toda religión. Porque considera que no deben aceptarse supuestas verdades absolutas que se imponen a la fuerza. Porque contra una emoción, una fe o una iglesia hay que colocar una sana racionalidad. La superchería se denuncia. Y a sus sacerdotes se les combate.
Y quiero añadir una observación más: se han dado mil y una definiciones de nacionalismo. Generalmente se añade un adjetivo que poco aclara. Así excluyente, con exceso de identidad, maligno y todo lo que sirva para denostarlo. Claro que también se puede adjetivar a la contra y hacer del nacionalismo algo angelical. Por otro lado, tales definiciones se suelen mantener desde los Estados, que son lo más nacionalista que hay, y no en el mejor sentido. O con una visión que recorre el itinerario de un pueblo cuando lo esencial es la voluntad libre de los individuos.
Desde un punto de vista histórico relativamente reciente se supone que el padre del nacionalismo es el romanticismo alemán. Herder sería su comienzo y Goethe su culminación. Al racionalismo universal de la Ilustración se opone el sentimiento y lo concreto. Así surge la idea del 'carácter de los pueblos'. Pero de este modo los individuos son absorbidos, los contextos culturales son tantos que solo queda el contexto y su arbitrariedad. Se ha colado de esta manera una peligrosa religiosidad.
El laicismo se opone a todo retorno de una religión que sobrevuele sobre nuestras cabezas. Frente a esto, lo ya dicho: protesta y denuncia.
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